El
sufragio es la más elemental arma de la democracia; es el inicio, pero no lo es
todo. El derecho a votar es sólo una pequeña parte de lo que se requiere para
poder hablar plenamente de una democracia; desventurados aquellos que piensan o
hacen creer que la democracia es sólo ir a votar.
El
pueblo de México ha vivido un proceso fluctuante entre la búsqueda de la
democracia y la simulación de esta.
¿Cuándo
podemos empezar a hablar de democracia en México? Ciertamente no podemos
referirnos a antes de la conquista, puesto que el territorio albergaba una
amalgama de culturas y civilizaciones sin cohesión nacional. ¿Desde las
elecciones organizadas por el virreinato a raíz de la Constitución de Cádiz? A
pesar de que se tomó en cuenta al pueblo, por respeto a la sangre de nuestros
héroes, no vamos a hablar de un México democrático cuando aún somos colonia de
potencia extranjera. ¿Después del decreto de Independencia, cuando fuimos
Imperio? … No.
Las
primeras elecciones en el México Independiente fueron las que llevaron a la
presidencia a Guadalupe Victoria en 1824, y cabe destacar que eran unas elecciones
muy abiertas; con requisitos mínimos, todo mayor de edad podía votar y ser
votado.
En 1824
sólo había elecciones indirectas, es decir, el pueblo sólo podía votar por
electores, y estos a su vez, votaban por los diputados; pero los requisitos para
postularse eran mínimos, tener 25 años y 8000 pesos de patrimonio. A los
Senadores los escogían los congresos locales, con requisitos igual de
sencillos. Los gobernadores eran electos por la junta electoral, el congreso
local, o los ayuntamientos, dependiendo del estado. Al Presidente de la
República lo elegían entre todas las legislaturas de los estados. Los procesos
electorales se llevaban a cabo desde los ayuntamientos, bajo la autoridad de
una Junta Electoral.
El
sistema tenía sus vicios, claro. Un analista de la época criticaba que “las
juntas electorales de aquellos días eran presididas por los jefes políticos de
cada nivel, por lo tanto, no había separación entre el poder público y el poder
electoral” (Mariano Otero, 1847).
Naturalmente,
no había partidos políticos. Por 300 años fuimos satélite explotado de una
Monarquía extranjera; estábamos en pañales, carentes de mecanismos y
estructuras de participación para la ciudadanía. Y así llegaron las logias
masónicas. Yorkinas y escocesas. Los mexicanos que deseaban participar en la
política, se afiliaron a estas sectas. “No podía, no pudo haber sido de otra
manera” (Fuentes Díaz, 1997).
Los
mexicanos vieron en la masonería la estructura para intervenir en las políticas
públicas, y lo hacían de manera facciosa. Así las logias generaron repulsión
social, y Vicente Guerrero se vio obligado a disolverlas; aunque no fue posible
hacerlo definitivamente, ya que no había otro modo de organización para
reemplazarlas. Por eso, en los siguientes pleitos nacionales, protagonizados
por centralistas y federalistas, o por conservadores y liberales, las logias
fueron la columna vertebral de todos los movimientos.
Ni los
escoceses y yorkinos; centralistas y federalistas; o conservadores y liberales
eran partidos políticos, sino movimientos. No tenían estructura orgánica, ni
normas de vida internas, ni dirección permanente. Eran tendencias de opinión,
en veces amorfas y fluctuantes.
Volviendo
al sufragio, en 1835 llegaron los centralistas al poder, se autonombraron Congreso
Constituyente, y promulgaron las 7 Leyes. Justo cuando parecía que la
democracia empezaba a encontrar su cauce, llegaron los conservadores. O
centralistas, da igual. ¿Por qué da igual? Porque con sus nuevas leyes, le
quitaron el derecho al voto a los trabajadores domésticos, a quienes no saben
leer, o a quienes ganaban menos de cierta cantidad; se volvió inconstitucional
llamar “Ciudadano” a cualquiera que no tenga dinero; permitieron al Presidente
el cierre y la supresión del Congreso y de la Suprema Corte; sustituyeron a los
Estados Federados por simples departamentos, cuyos gobernadores serían puestos
por el Presidente (cualquier parecido al siglo XX, NO es mera coincidencia). Y
para terminar de adornar al país, crearon el Supremo Poder Conservador —órgano
orwelliano regulador de la vida pública— que podía cambiarlo todo, desde los
ayuntamientos hasta la Presidencia de la República.
En
materia electoral, era tal el revoltijo de los conservadores, que el
“ciudadano” jamás podría aspirar a elegir por vía expedita a sus gobernantes.
Era también un sistema de elección indirecta, pero con tantas vueltas, que
diluía aún más la voluntad popular, de tal manera que esta voluntad nunca fue
tomada en cuenta, más bien “era una marginación permanente de los ciudadanos en
las contiendas políticas” (Fuentes Díaz, 1997). Por nombrar un par de ejemplos,
los Senadores eran escogidos por los Congresos Locales, pero sólo podían
escoger entre una lista que el propio gobierno mandaba. O para elegir
Presidente, el Senado, la SCJ y el presidente en turno, en junta de
ministros y de consejo, hacían ternas de candidatos, se mandaban a la cámara de
diputados, ahí se depuraba y se mandaba a las juntas departamentales, donde se
votaba y se reenviaba al congreso, donde se calificaba la elección y nombraba
al ganador… ¿Acaso es posible tener una elección más manoseada que esa? Páginas
adelante, los siglos XX y XXI nos enseñarán que en México nada es imposible.
Los
centralistas y federalistas, o lo que es lo mismo, conservadores y liberales,
se enfrascaron medio siglo en guerra política y armada. En este periodo,
invadieron México Estados Unidos y Francia. Con el primero, se perdió la mitad
del territorio, y con el segundo se instauró de nuevo un Imperio Mexicano, que
terminó con la llegada al poder de Benito Juárez.
México
era un pueblo politizado, a la ciudadanía le interesaba quién estuviera en el
poder, le interesaba llegar a él, luchaba por sus intereses. Muchos, al ver la
masa primordial de un país con tanto alcance, querían ser parte de su formación
e imprimir sus ideales para la posteridad. Todo indicaba, que a pesar de las
cruentas luchas, de la pérdida de territorio, y de la polarización, México iba
a salir adelante; a todos les interesaba. La creación de partidos políticos
modernos, prerrequisito para una democracia funcional, era inminente.
Hasta
que llegó el famoso lema de “poca política y mucha administración” con el
general Porfirio Díaz, y se acabó el avance democrático. El feto de ciudadano
que se gestaba en México se extinguió hasta el final del siglo, y eso es fácil
de explicar.
Cuando
entró Díaz al poder, puso en práctica su política de “conciliación”, y
dando puestos en la administración pública -o en una celda de cárcel- a los
jefes de las corrientes políticas, se empezó a liquidar a los grupos políticos
existentes, desvaneciendo el camino a los partidos políticos y la esperada
democracia.
Se
despolitizó a la población, la vida política había detenido definitivamente su
marcha, perdiendo el terreno que había ganado en el pasado. Había muchos que
culpaban al pueblo por la falta de partidos, los consideraban apáticos o
incapaces de gobernar; pero en realidad fue el peso del poder dictatorial el
que aplastaba cualquier intento de resurgimiento cívico. Acabó con la
democracia.[1]
El
hábito de la organización política ya no existía, y cuando trataba de aparecer,
moría en el intento bajo el puño de hierro de Porfirio Díaz.
Pasaron
las décadas, y cuando Díaz tuvo su entrevista con la prensa extranjera, mágicamente
le brotó un espíritu democrático, dijo: “Doy la bienvenida a cualquier partido
oposicionista en la República Mexicana. Si aparece, lo consideraré como una
bendición, no como un mal. Y si llegara a hacerse fuerte, no para explotar sino
para gobernar, lo sostendré y aconsejaré, y me olvidaré de mí mismo en la
victoriosa inauguración de un gobierno completamente democrático en mi
país.”[2]
Qué
patriotismo. Hubo entonces quienes le tomaron la palabra y trataron de formar
el Partido Democrático (Urueta, Sentíes, Calero…). Ingenuos ellos, ya que las
palabras del Presidente fueron toda una soberana mentira. Díaz los hizo
recapacitar a la fuerza. De todos modos, en este país tan maltrecho, la
oposición llegó, y expulsaron a Díaz de México. La revolución de 1910 y las
elecciones de 1911 hicieron surgir nuevos partidos, todos de vida
circunstancial al principio. No era para menos, recordemos que por 30 años se
canceló el camino a la democracia. Derrotado Díaz, aniquilado Huerta, formulada
la constitución de 1917, se esbozaron algunos partidos. Fueron partidos
caudillistas, porque tuvieron el sello, estímulo y destino que le imprimieron
algunos caudillos militares triunfantes. Pero en realidad la nación continuó
sin partidos estables, partidos de principio, permanentes, hasta que llegó el
PRI en 1928, con sus diferentes nombres.
Y aquí
empieza la “época moderna” de la historia del sufragio en México, y de sus
ciudadanos, o súbditos, según la casta. Cabe señalar, que no todas las
democracias crean ciudadanos; hay democracias muy disfuncionales que amarran al
pueblo, creando súbditos. La actual “democracia” mexicana así trabaja; no somos
ciudadanos libres. Veamos las razones históricas, desde la perspectiva del
ciudadano y la electoral.
Por el
lado del ciudadano, desde los años 30 el PRI fungió como un pacto social entre
clases. Los campesinos, obreros, burócratas, empresarios, todos tenían cabida.
Y la razón es por demás válida: a la clase política, pero en especial a los
presidentes en turno, los perseguía el fantasma del millón de muertos de la
revolución.[3] Y los gobiernos priistas encontraron la manera de apaciguar a
las masas: el corporativismo.
Traficando
con los ideales, con la pobreza, y con la avaricia de la gente, el PRI se armó
un aparato electoral inmenso, con una estructura vertical donde todo se
controlaba desde las cúpulas, y siempre, siempre, con la máxima
lealtad al presidente.
No
podemos hablar del sufragio cuando éste está comprado o robado. Votaban los
papas de los abuelos, había pueblos con el 100% de votos al mismo partido, pero
lo más impresionante: hasta los años 80 había ESTADOS con sólo un partido.
Largas
décadas México volvió a quedar sin esperanza de democracia, hasta que las
presiones externas e internas empezaron a hacer efervescencia en la gente; el
fantasma del millón de muertos volvió a rondar a los presidentes de los años
sesenta y setenta.
Ferrocarrileros,
obreros, intelectuales y estudiantes empezaron a demostrar su repudio al
régimen; no vivíamos una democracia, vivíamos una monarquía sexenal
hereditaria, autoritaria y totalitaria.
Los
procesos electorales eran trabajosos, complicados y costosos. Pero no servían
para nada; únicamente tenían la función de legitimar a
posteriori las
decisiones que las cúpulas ya habían tomado.
Volviendo
a los datos, desde la perspectiva electoral, las elecciones eran organizadas
por los gobernadores desde la época de Carranza hasta 1946, cuando empieza un
proceso de centralización y concentración, donde las atribuciones de las elecciones
corren a cargo del gobierno federal; se pasa así de una descentralización
inicial, a una concentración en manos del Gobierno Federal. La ley tuvo
reformas pequeñas, hasta después del conflicto del 88, donde se planteó la
necesidad de una plena autonomía del IFE.
Y así,
en teoría, desde la revolución, entramos en una tercera etapa del valor del
sufragio. Primero se dejó a los ayuntamientos, luego al gobierno federal, y
ahora, al fin, a los ciudadanos… pero no hay que cantar victoria.
Volviendo
pocos años en la historia, por tendencias globales, como la transición
democrática en España o en los países que formaban la Unión Soviética, y por
presiones internas, como el “apagón” de 1988, a principios de los noventas se
empezó a hablar de la necesidad de la transición a la democracia. Antes se
hablaba únicamente de reformas políticas —que cumplieron su cometido.
Institucionalizaron a la oposición, y el Partido Acción Nacional y el Partido
Comunista Mexicano (después PSUM, luego PMS, luego FDN, y al final PRD)
tuvieron sus pequeñas bancadas en el congreso. Pero no nos engañemos: La
“Transición a la Democracia” sólo buscaba un sistema electoral confiable —que
ya es mucho pedir —, mas no una transición a la democracia. Ésta se empieza a
buscar, una década después, pero no desde el gobierno, sino desde los
ciudadanos.
La
monarquía presidencial acabó en 1994, cuando el presidente/gobierno/partido
(que eran lo mismo) perdieron el congreso. Juntos, el PAN y el FDN, tenían la
mitad de las curules. El presidente en turno, Carlos Salinas de Gortari, perdió
el control de su partido y sus futuros precandidatos, y pasó lo inevitable: se
levantó en armas la guerrilla Zapatista en Chiapas. Un sexenio después, en el
año 2000, el partido oficial perdió la presidencia.
Se agotó
el sistema. Entramos ahora en un tripartidismo, con un Instituto Electoral
ciudadanizado; pero de nuevo, no nos engañemos. El PRI, PAN, y PRD no están
abiertos a la democracia, el sufragio sigue siendo comprado o cooptado, y las
prácticas más rancias del PRI siguen siendo la regla de los tres.
El
Instituto Federal Electoral tiene a los partidos en sus entrañas, y eso no es
ciudadano, es partidista. No podemos hablar de un IFE ciudadano, cuando quienes
proponen, imponen o controlan, son las personas asociadas al gobierno.
En
México, los partidos políticos no son un puente entre la ciudadanía y el
gobierno. Son una barrera. Son parte del gobierno. No representan al pueblo, y
por ende, el IFE no tiene mucho de ciudadano.
En los
partidos, los ideales se perdieron. Sólo hay tendencias leves que los
diferencian, pero muy leves. Tan difusas, que hoy en día, PAN y PRD, la derecha
y la izquierda, se pueden unir, y de todos modos ganar.
El PRI
no ha cambiado nada, si a caso, su estrategia de comunicación. La competencia
política en México no ha generado mejores políticos, sólo mejores comerciales.
Y el
problema emana de la falta de democracia. Duele decirlo, pero es difícil
considerarnos plenos ciudadanos: los mexicanos no tenemos acceso a las decisiones
públicas. Lo que se trató de hacer en épocas de los Centralistas, siglo y medio
atrás, hoy los partidos lo consiguieron; negar los derechos políticos del
pueblo. Lo que se anhelaba hace 100 años (partidos políticos), la cura para la
nula democracia de finales del siglo XIX, hoy es nuestra enfermedad. Antes
necesitábamos partidos para oponerse al puño de Díaz. Hoy son el yugo del
pueblo, son la bota sobre el cuello de los pobres, son el verdugo de los
desposeídos. Todo hacen por ganar elecciones, desde vender la educación de
nuestros hijos[4], hasta traficar con la pobreza de los más olvidados, aquellos
que nunca olvidan; desde cobrar con votos por la única comida del mes, hasta
regalarle tierras públicas a empresas extranjeras[5].
Los
partidos, con tal de conseguir votos, se han convertido en partidos “catch
all”[6], perdiendo su identidad política e ideológica, vendiéndose al mejor
postor. Hoy vemos que un partido no la piensa dos veces antes de aceptar un
candidato bien posicionado de otro partido. Hoy vemos que otro partido vive de
vender sus curules a Televisa y al PRI[7]. Otro partido, desprendido del
corporativismo que el PRI formó, se vende electoralmente al partido mayoritario
que más ofrezca, y su lidereza de facto no duda en ofrecer su block de 2
millones de votos al mejor postor. Y por haber vendido su alma al diablo,
Calderón no es quien paga la factura, sino nuestros niños.
Después
de las elecciones del 2006, donde el PAN actuó de manera grotesca, y donde el
PRD no supo controlar el robo y se autodestruyó (y de pasada también a las
vialidades del DF), los ciudadanos estamos hartos.
Los que
confiaban en la tradición del PAN, han perdido esperanza. Los que confiaban en
la vocación del PRD, se rindieron. Del PRI no digo nada, ya que vive del voto
duro comprado.
Esto
desembocó a que en 2009 surgiera la primer campaña auténticamente ciudadana de
la historia del país: La campaña del voto nulo. Esta campaña fue la única
planeada, orquestada y financiada por ciudadanos libres, hartos del corrupto
sistema de partidos que nos rige; hartos de la partidocracia.
Los
ciudadanos gritaban DEMOCRACIA. Los partidos políticos, el sistema que vino a
suplir al régimen priista, es igual o peor. El poder se dividió y se compartió,
pero sólo entre las cúpulas. El ciudadano no obtuvo ni la más pequeña gota de
la derrama del poder.
Los
partidos, como siempre, trataron de lucrar políticamente de todo, y el
ciudadano Presidente lanzó una propuesta de reforma política retomando algunas
de las exigencias de la ciudadanía, pero las presentó de una manera en que se
daba un high five él solo; ya que excluyó la revocación
del mandato, las auditorias ciudadanas, y muchos mecanismos de transparencia
que se propusieron. Sólo se apropió de las Candidaturas independientes y de la
reelección de alcaldes y legisladores; pero no estableció un mecanismo para las
candidaturas, ni métodos de rendición de cuentas para que la reelección no sea
ciega.
Los
partidos nos hacen creer que con votar, con el sufragio, ya somos ciudadanos
plenos. No quieren entender, ni mucho menos que nosotros entendamos, que la
democracia no es sólo ir a votar cada 3 años, la democracia se hace día con
día, y la hacemos todos. No es cierto que elijamos a nuestros representantes,
porque quienes gobiernan representan a las cúpulas, no es cierto que vayamos en
el camino correcto, puesto que cada vez se enquistan más y más en el poder.
Pero los
mexicanos no nos rendimos, y no nos vamos a rendir. Ya
no queremos ser súbditos; lo hemos sido desde el principio de la historia.
El
panorama es sombrío, los errores del régimen priista y de los sexenios del PAN
han hundido al país en la desesperación, en la violencia, en la pobreza y en la
desigualdad. Los partidos han demostrado ya demasiado que no buscan el bien del
pueblo, y así será hasta que los ciudadanos tomemos el poder, y cuando eso
pase, México por primera vez será de quien le pertenece, de los ciudadanos.
Por Glen
Villarreal
_____________________________
Fuentes
[1]
Emilio Rabasa, “La evolución histórica de México”
[2]
Entrevista Díaz-Creelman
[3]
Samuel Schmidt, Los grandes problemas nacionales, 2008.
[6]
Octavio Rodríguez Aráujo, Los Partidos Políticos en México, 1997.
Bibliografía:
Los
Grandes Problemas Nacionales.
-Samuel
Schmidt
Democracia
restringida: 1836-1846
-Reynaldo
Sordo Cedeño
Los
partidos políticos en el siglo XIX
-Vicente
Fuentes Díaz
Sistema
mexicano de partidos en los años 80
-Francisco
José Paoli Bolio
Los
partidos Políticos en México
-Octavio
Rodríguez Araujo
Sistema
electoral y práctica política
-Beatriz
Rojas Nieto
Los
conceptos de soberanía y democracia en México a lo largo de su Historia.
-Emilio Zebadúa
El
camino de la democracia en el México Actual
-Victor
M. Martínez Bullé-Goyri