jueves, 18 de diciembre de 2014

¡Luchen mexicanos!

El grupo armado H3, comandado por "El Americano", atacó a los autodefensas de La Ruana, Michoacán, matando al hijo de Hipólito Mora, líder de los Autodefensas.

Que no se nos olvide que "El Americano" es un sicario al servicio del gobierno de Peña Nieto, puesto por su compadre Arturo Castillo en la Fuerza Rural de Michoacán a pesar de ser acusado de nexos con la delincuencia.

Que no se nos olvide que Peña desarmó y encarceló a miembros de los grupos de Mireles y de Hipólito, pero puso bajo su manto a los H3, el grupo de El Americano.

Que no se nos olvide que al gobierno corrupto no le gusta que la gente honesta esté armada. Que no se nos pase por alto lo que sucede en Michoacán.

Dejo parte del mensaje de Hipólito Mora tras la muerte de su hijo:

"¡Luchen Méxicanos, no se dejen pisotear!

Defiéndanse, luchen, peleen por sus derechos, no le crean a parte del gobierno, engañan (...) engañan a la gente, no les importa lo que nos pase. A algunos políticos sólo les interesa el voto de los mexicanos, robar, hacerse ricos aunque en el país nos estemos muriendo de hambre.

Tengo como 40 o 50 minutos pidiéndole apoyo al gobierno y no llega nadie. Nos tienen olvidados. A la gente que nos masacró del ‘Americano', les ayudaron a subirlos los heridos y los dejaron que se fueran en lugar de detenerlos y algunos de la Fuerza Rural de los míos los desarmaron y se llevaron las armas.

Esta es la clase de gobierno que tenemos desgraciadamente los mexicanos. ¡Luchen todos! ¡Saquen a Mireles! ¡Saquen a los autodefensas! ¡No están peleando! Qué les valga madre lo que esté pasando! Que les valga madre que los maten, que les maten a sus hijos... ¡Pero defiéndanse! ¡Mueran con dignidad!¡No sean cobardes, mexicanos!

Estamos a punto de que nos ataquen otra vez. Ya nos tienen cercados ‘El Americano' con todo el cártel. Nos van a matar."

Dejo el video completo:



martes, 25 de noviembre de 2014

Review: The Hunger Games, by Suzanne Collins

El primer libro de la trilogía de Los Juegos del Hambre es de esos que te obligan a voltear página tras página. Está plagado de acción, pero a un costo.

La trama está diseñada arquitectónicamente. El ritmo de la novela te mantiene al filo del sillón. El lenguaje es sencillo y directo, casi lacónico. Hay poca introspección, menos explicación de hechos pasados, y prácticamente ninguna figura poética o literaria de valor.

Suzanne Collins te avienta a Panem el día del Rapto de los Tributos, y la historia se desenvuelve como una avalancha. La narración es en primera persona y en tiempo presente: Katniss Everdeen misma es quien te narra los hechos conforme van ocurriendo.

Lo poco que al lector se le cuenta sobre el pasado —en forma de concisos recuerdos— es sobre cómo Katniss conoció a Peeta, su historia con Gale, y su relación con su hermana y madre. De los Trece Distritos casi no se habla, ni de la Guerra Civil que llevó al Capitolio a la victoria. No se mencionan batallas históricas ni las causas de la rebelión. Las otras naciones del orbe son inexistentes. Suzanne Colllins te abandona en un mundo oscuro, y el mundo así se queda. Lo único que se va iluminando, como si un spotlight la siguiera en su camino, son los momentos que Katniss va narrando en tiempo real.

El libro sólo tiene un PoV (punto de vista), y eso explica que no se hable de personajes o eventos que no ocurran en las inmediaciones de Katniss; pero contrario a intuición, tampoco se dice mucho de Katniss misma. El ritmo de la historia es tan rápido, que se omiten las obligatorias deliberaciones internas y la resolución de dilemas éticos por los que la una persona debe pasar al vivir las fuertes experiencias relatadas. A pesar de que es Katniss quien narra, el lector no puede conocer su conciencia. Los arrepentimientos, las alegrías y las motivaciones pasan a un quinto plano, dándole paso a la acción y el conflicto. La autora nos deja sin las ventajas de su elección de voz narrativa, pero con todas las deficiencias de una voz en primera persona, en presente, y de un solo personaje. Es como ver por un telescopio que no tiene lente.

La trama es espectacular y los personajes de reparto son casi vivientes. La idea de un mundo gobernado por el dúo estado-televisión es interesante: el Reality Show que sirve para mantener al pueblo en su lugar. Casi hasta suena familiar.

A pesar de esto, debo admitir, después de terminar el libro llegué a una conclusión a la que no había llegado antes con otras novelas que llegan al cine: No te molestes en leer el libro, es literatura pop pobremente escrita.

P.S. La película es astronómicamente superior y merece toda nuestra devoción guadalupana.


Glen Villarreal

jueves, 20 de noviembre de 2014

Brevísima historia democrática de México

El sufragio es la más elemental arma de la democracia; es el inicio, pero no lo es todo. El derecho a votar es sólo una pequeña parte de lo que se requiere para poder hablar plenamente de una democracia; desventurados aquellos que piensan o hacen creer que la democracia es sólo ir a votar.

El pueblo de México ha vivido un proceso fluctuante entre la búsqueda de la democracia y la simulación de esta.

¿Cuándo podemos empezar a hablar de democracia en México? Ciertamente no podemos referirnos a antes de la conquista, puesto que el territorio albergaba una amalgama de culturas y civilizaciones sin cohesión nacional. ¿Desde las elecciones organizadas por el virreinato a raíz de la Constitución de Cádiz? A pesar de que se tomó en cuenta al pueblo, por respeto a la sangre de nuestros héroes, no vamos a hablar de un México democrático cuando aún somos colonia de potencia extranjera. ¿Después del decreto de Independencia, cuando fuimos Imperio? … No.

Las primeras elecciones en el México Independiente fueron las que llevaron a la presidencia a Guadalupe Victoria en 1824, y cabe destacar que eran unas elecciones muy abiertas; con requisitos mínimos, todo mayor de edad podía votar y ser votado.

En 1824 sólo había elecciones indirectas, es decir, el pueblo sólo podía votar por electores, y estos a su vez, votaban por los diputados; pero los requisitos para postularse eran mínimos, tener 25 años y 8000 pesos de patrimonio. A los Senadores los escogían los congresos locales, con requisitos igual de sencillos. Los gobernadores eran electos por la junta electoral, el congreso local, o los ayuntamientos, dependiendo del estado. Al Presidente de la República lo elegían entre todas las legislaturas de los estados. Los procesos electorales se llevaban a cabo desde los ayuntamientos, bajo la autoridad de una Junta Electoral.

El sistema tenía sus vicios, claro. Un analista de la época criticaba que “las juntas electorales de aquellos días eran presididas por los jefes políticos de cada nivel, por lo tanto, no había separación entre el poder público y el poder electoral” (Mariano Otero, 1847).

Naturalmente, no había partidos políticos. Por 300 años fuimos satélite explotado de una Monarquía extranjera; estábamos en pañales, carentes de mecanismos y estructuras de participación para la ciudadanía. Y así llegaron las logias masónicas. Yorkinas y escocesas. Los mexicanos que deseaban participar en la política, se afiliaron a estas sectas. “No podía, no pudo haber sido de otra manera” (Fuentes Díaz, 1997).

Los mexicanos vieron en la masonería la estructura para intervenir en las políticas públicas, y lo hacían de manera facciosa. Así las logias generaron repulsión social, y Vicente Guerrero se vio obligado a disolverlas; aunque no fue posible hacerlo definitivamente, ya que no había otro modo de organización para reemplazarlas. Por eso, en los siguientes pleitos nacionales, protagonizados por centralistas y federalistas, o por conservadores y liberales, las logias fueron la columna vertebral de todos los movimientos.

Ni los escoceses y yorkinos; centralistas y federalistas; o conservadores y liberales eran partidos políticos, sino movimientos. No tenían estructura orgánica, ni normas de vida internas, ni dirección permanente. Eran tendencias de opinión, en veces amorfas y fluctuantes.

Volviendo al sufragio, en 1835 llegaron los centralistas al poder, se autonombraron Congreso Constituyente, y promulgaron las 7 Leyes. Justo cuando parecía que la democracia empezaba a encontrar su cauce, llegaron los conservadores. O centralistas, da igual. ¿Por qué da igual? Porque con sus nuevas leyes, le quitaron el derecho al voto a los trabajadores domésticos, a quienes no saben leer, o a quienes ganaban menos de cierta cantidad; se volvió inconstitucional llamar “Ciudadano” a cualquiera que no tenga dinero; permitieron al Presidente el cierre y la supresión del Congreso y de la Suprema Corte; sustituyeron a los Estados Federados por simples departamentos, cuyos gobernadores serían puestos por el Presidente (cualquier parecido al siglo XX, NO es mera coincidencia). Y para terminar de adornar al país, crearon el Supremo Poder Conservador —órgano orwelliano regulador de la vida pública— que podía cambiarlo todo, desde los ayuntamientos hasta la Presidencia de la República.

En materia electoral, era tal el revoltijo de los conservadores, que el “ciudadano” jamás podría aspirar a elegir por vía expedita a sus gobernantes. Era también un sistema de elección indirecta, pero con tantas vueltas, que diluía aún más la voluntad popular, de tal manera que esta voluntad nunca fue tomada en cuenta, más bien “era una marginación permanente de los ciudadanos en las contiendas políticas” (Fuentes Díaz, 1997). Por nombrar un par de ejemplos, los Senadores eran escogidos por los Congresos Locales, pero sólo podían escoger entre una lista que el propio gobierno mandaba. O para elegir Presidente,  el Senado, la SCJ y el presidente en turno, en junta de ministros y de consejo, hacían ternas de candidatos, se mandaban a la cámara de diputados, ahí se depuraba y se mandaba a las juntas departamentales, donde se votaba y se reenviaba al congreso, donde se calificaba la elección y nombraba al ganador… ¿Acaso es posible tener una elección más manoseada que esa? Páginas adelante, los siglos XX y XXI nos enseñarán que en México nada es imposible.

Los centralistas y federalistas, o lo que es lo mismo, conservadores y liberales, se enfrascaron medio siglo en guerra política y armada. En este periodo, invadieron México Estados Unidos y Francia. Con el primero, se perdió la mitad del territorio, y con el segundo se instauró de nuevo un Imperio Mexicano, que terminó con la llegada al poder de Benito Juárez.

México era un pueblo politizado, a la ciudadanía le interesaba quién estuviera en el poder, le interesaba llegar a él, luchaba por sus intereses. Muchos, al ver la masa primordial de un país con tanto alcance, querían ser parte de su formación e imprimir sus ideales para la posteridad. Todo indicaba, que a pesar de las cruentas luchas, de la pérdida de territorio, y de la polarización, México iba a salir adelante; a todos les interesaba. La creación de partidos políticos modernos, prerrequisito para una democracia funcional, era inminente.

Hasta que llegó el famoso lema de “poca política y mucha administración” con el general Porfirio Díaz, y se acabó el avance democrático. El feto de ciudadano que se gestaba en México se extinguió hasta el final del siglo, y eso es fácil de explicar.

Cuando entró Díaz al poder, puso en práctica su  política de “conciliación”, y dando puestos en la administración pública -o en una celda de cárcel- a los jefes de las corrientes políticas, se empezó a liquidar a los grupos políticos existentes, desvaneciendo el camino a los partidos políticos y la esperada democracia.

Se despolitizó a la población, la vida política había detenido definitivamente su marcha, perdiendo el terreno que había ganado en el pasado. Había muchos que culpaban al pueblo por la falta de partidos, los consideraban apáticos o incapaces de gobernar; pero en realidad fue el peso del poder dictatorial el que aplastaba cualquier intento de resurgimiento cívico. Acabó con la democracia.[1]

El hábito de la organización política ya no existía, y cuando trataba de aparecer, moría en el intento bajo el puño de hierro de Porfirio Díaz.

Pasaron las décadas, y cuando Díaz tuvo su entrevista con la prensa extranjera, mágicamente le brotó un espíritu democrático, dijo: “Doy la bienvenida a cualquier partido oposicionista en la República Mexicana. Si aparece, lo consideraré como una bendición, no como un mal. Y si llegara a hacerse fuerte, no para explotar sino para gobernar, lo sostendré y aconsejaré, y me olvidaré de mí mismo en la victoriosa inauguración de un gobierno completamente democrático en mi país.”[2]

Qué patriotismo. Hubo entonces quienes le tomaron la palabra y trataron de formar el Partido Democrático (Urueta, Sentíes, Calero…). Ingenuos ellos, ya que las palabras del Presidente fueron toda una soberana mentira. Díaz los hizo recapacitar a la fuerza. De todos modos, en este país tan maltrecho, la oposición llegó, y expulsaron a Díaz de México. La revolución de 1910 y las elecciones de 1911 hicieron surgir nuevos partidos, todos de vida circunstancial al principio. No era para menos, recordemos que por 30 años se canceló el camino a la democracia. Derrotado Díaz, aniquilado Huerta, formulada la constitución de 1917, se esbozaron algunos partidos. Fueron partidos caudillistas, porque tuvieron el sello, estímulo y destino que le imprimieron algunos caudillos militares triunfantes. Pero en realidad la nación continuó sin partidos estables, partidos de principio, permanentes, hasta que llegó el PRI en 1928, con sus diferentes nombres.

Y aquí empieza la “época moderna” de la historia del sufragio en México, y de sus ciudadanos, o súbditos, según la casta. Cabe señalar, que no todas las democracias crean ciudadanos; hay democracias muy disfuncionales que amarran al pueblo, creando súbditos. La actual “democracia” mexicana así trabaja; no somos ciudadanos libres. Veamos las razones históricas, desde la perspectiva del ciudadano y la electoral.

Por el lado del ciudadano, desde los años 30 el PRI fungió como un pacto social entre clases. Los campesinos, obreros, burócratas, empresarios, todos tenían cabida. Y la razón es por demás válida: a la clase política, pero en especial a los presidentes en turno, los perseguía el fantasma del millón de muertos de la revolución.[3] Y los gobiernos priistas encontraron la manera de apaciguar a las masas: el corporativismo.

Traficando con los ideales, con la pobreza, y con la avaricia de la gente, el PRI se armó un aparato electoral inmenso, con una estructura vertical donde todo se controlaba desde las cúpulas, y siempre, siempre, con la máxima lealtad al presidente.

No podemos hablar del sufragio cuando éste está comprado o robado. Votaban los papas de los abuelos, había pueblos con el 100% de votos al mismo partido, pero lo más impresionante: hasta los años 80 había ESTADOS con sólo un partido.

Largas décadas México volvió a quedar sin esperanza de democracia, hasta que las presiones externas e internas empezaron a hacer efervescencia en la gente; el fantasma del millón de muertos volvió a rondar a los presidentes de los años sesenta y setenta.

Ferrocarrileros, obreros, intelectuales y estudiantes empezaron a demostrar su repudio al régimen; no vivíamos una democracia, vivíamos una monarquía sexenal hereditaria, autoritaria y totalitaria.

Los procesos electorales eran trabajosos, complicados y costosos. Pero no servían para nada; únicamente tenían la función de legitimar a posteriori las decisiones que las cúpulas ya habían tomado.

Volviendo a los datos, desde la perspectiva electoral, las elecciones eran organizadas por los gobernadores desde la época de Carranza hasta 1946, cuando empieza un proceso de centralización y concentración, donde las atribuciones de las elecciones corren a cargo del gobierno federal; se pasa así de una descentralización inicial, a una concentración en manos del Gobierno Federal. La ley tuvo reformas pequeñas, hasta después del conflicto del 88, donde se planteó la necesidad de una plena autonomía del IFE.

Y así, en teoría, desde la revolución, entramos en una tercera etapa del valor del sufragio. Primero se dejó a los ayuntamientos, luego al gobierno federal, y ahora, al fin, a los ciudadanos… pero no hay que cantar victoria.

Volviendo pocos años en la historia, por tendencias globales, como la transición democrática en España o en los países que formaban la Unión Soviética, y por presiones internas, como el “apagón” de 1988, a principios de los noventas se empezó a hablar de la necesidad de la transición a la democracia. Antes se hablaba únicamente de reformas políticas —que cumplieron su cometido. Institucionalizaron a la oposición, y el Partido Acción Nacional y el Partido Comunista Mexicano (después PSUM, luego PMS, luego FDN, y al final PRD) tuvieron sus pequeñas bancadas en el congreso. Pero no nos engañemos: La “Transición a la Democracia” sólo buscaba un sistema electoral confiable —que ya es mucho pedir —, mas no una transición a la democracia. Ésta se empieza a buscar, una década después, pero no desde el gobierno, sino desde los ciudadanos.

La monarquía presidencial acabó en 1994, cuando el presidente/gobierno/partido (que eran lo mismo) perdieron el congreso. Juntos, el PAN y el FDN, tenían la mitad de las curules. El presidente en turno, Carlos Salinas de Gortari, perdió el control de su partido y sus futuros precandidatos, y pasó lo inevitable: se levantó en armas la guerrilla Zapatista en Chiapas. Un sexenio después, en el año 2000, el partido oficial perdió la presidencia.

Se agotó el sistema. Entramos ahora en un tripartidismo, con un Instituto Electoral ciudadanizado; pero de nuevo, no nos engañemos. El PRI, PAN, y PRD no están abiertos a la democracia, el sufragio sigue siendo comprado o cooptado, y las prácticas más rancias del PRI siguen siendo la regla de los tres.

El Instituto Federal Electoral tiene a los partidos en sus entrañas, y eso no es ciudadano, es partidista. No podemos hablar de un IFE ciudadano, cuando quienes proponen, imponen o controlan, son las personas asociadas al gobierno.

En México, los partidos políticos no son un puente entre la ciudadanía y el gobierno. Son una barrera. Son parte del gobierno. No representan al pueblo, y por ende, el IFE no tiene mucho de ciudadano.

En los partidos, los ideales se perdieron. Sólo hay tendencias leves que los diferencian, pero muy leves. Tan difusas, que hoy en día, PAN y PRD, la derecha y la izquierda, se pueden unir, y de todos modos ganar.

El PRI no ha cambiado nada, si a caso, su estrategia de comunicación. La competencia política en México no ha generado mejores políticos, sólo mejores comerciales.

Y el problema emana de la falta de democracia. Duele decirlo, pero es difícil considerarnos plenos ciudadanos: los mexicanos no tenemos acceso a las decisiones públicas. Lo que se trató de hacer en épocas de los Centralistas, siglo y medio atrás, hoy los partidos lo consiguieron; negar los derechos políticos del pueblo. Lo que se anhelaba hace 100 años (partidos políticos), la cura para la nula democracia de finales del siglo XIX, hoy es nuestra enfermedad. Antes necesitábamos partidos para oponerse al puño de Díaz. Hoy son el yugo del pueblo, son la bota sobre el cuello de los pobres, son el verdugo de los desposeídos. Todo hacen por ganar elecciones, desde vender la educación de nuestros hijos[4], hasta traficar con la pobreza de los más olvidados, aquellos que nunca olvidan; desde cobrar con votos por la única comida del mes, hasta regalarle tierras públicas a empresas extranjeras[5].

Los partidos, con tal de conseguir votos, se han convertido en partidos “catch all”[6], perdiendo su identidad política e ideológica, vendiéndose al mejor postor. Hoy vemos que un partido no la piensa dos veces antes de aceptar un candidato bien posicionado de otro partido. Hoy vemos que otro partido vive de vender sus curules a Televisa y al PRI[7]. Otro partido, desprendido del corporativismo que el PRI formó, se vende electoralmente al partido mayoritario que más ofrezca, y su lidereza de facto no duda en ofrecer su block de 2 millones de votos al mejor postor. Y por haber vendido su alma al diablo, Calderón no es quien paga la factura, sino nuestros niños.

Después de las elecciones del 2006, donde el PAN actuó de manera grotesca, y donde el PRD no supo controlar el robo y se autodestruyó (y de pasada también a las vialidades del DF), los ciudadanos estamos hartos.

Los que confiaban en la tradición del PAN, han perdido esperanza. Los que confiaban en la vocación del PRD, se rindieron. Del PRI no digo nada, ya que vive del voto duro comprado.

Esto desembocó a que en 2009 surgiera la primer campaña auténticamente ciudadana de la historia del país: La campaña del voto nulo. Esta campaña fue la única planeada, orquestada y financiada por ciudadanos libres, hartos del corrupto sistema de partidos que nos rige; hartos de la partidocracia.

Los ciudadanos gritaban DEMOCRACIA. Los partidos políticos, el sistema que vino a suplir al régimen priista, es igual o peor. El poder se dividió y se compartió, pero sólo entre las cúpulas. El ciudadano no obtuvo ni la más pequeña gota de la derrama del poder.

Los partidos, como siempre, trataron de lucrar políticamente de todo, y el ciudadano Presidente lanzó una propuesta de reforma política retomando algunas de las exigencias de la ciudadanía, pero las presentó de una manera en que se daba un high five él solo; ya que excluyó la revocación del mandato, las auditorias ciudadanas, y muchos mecanismos de transparencia que se propusieron. Sólo se apropió de las Candidaturas independientes y de la reelección de alcaldes y legisladores; pero no estableció un mecanismo para las candidaturas, ni métodos de rendición de cuentas para que la reelección no sea ciega.

Los partidos nos hacen creer que con votar, con el sufragio, ya somos ciudadanos plenos. No quieren entender, ni mucho menos que nosotros entendamos, que la democracia no es sólo ir a votar cada 3 años, la democracia se hace día con día, y la hacemos todos. No es cierto que elijamos a nuestros representantes, porque quienes gobiernan representan a las cúpulas, no es cierto que vayamos en el camino correcto, puesto que cada vez se enquistan más y más en el poder.

Pero los mexicanos no nos rendimos, y no nos vamos a rendir. Ya no queremos ser súbditos; lo hemos sido desde el principio de la historia.

El panorama es sombrío, los errores del régimen priista y de los sexenios del PAN han hundido al país en la desesperación, en la violencia, en la pobreza y en la desigualdad. Los partidos han demostrado ya demasiado que no buscan el bien del pueblo, y así será hasta que los ciudadanos tomemos el poder, y cuando eso pase, México por primera vez será de quien le pertenece, de los ciudadanos.


Por Glen Villarreal

_____________________________

Fuentes

[1] Emilio Rabasa, “La evolución histórica de México”
[2] Entrevista Díaz-Creelman
[3] Samuel Schmidt, Los grandes problemas nacionales, 2008.
[4] El Universal: Elba Esther ya lo sometió. http://www.eluniversal.com.mx/columnas/79698.html
[6] Octavio Rodríguez Aráujo, Los Partidos Políticos en México, 1997.
[7] IFE prevé multa a Partido Verde y Televisa http://www.eluniversal.com.mx/nacion/169253.html


Bibliografía:
 Los Grandes Problemas Nacionales.
-Samuel Schmidt

Democracia restringida: 1836-1846
-Reynaldo Sordo Cedeño

Los partidos políticos en el siglo XIX
-Vicente Fuentes Díaz 

Sistema mexicano de partidos en los años 80 
-Francisco José Paoli Bolio

Los partidos Políticos en México
-Octavio Rodríguez Araujo

Sistema electoral y práctica política
-Beatriz Rojas Nieto

Los conceptos de soberanía y democracia en México a lo largo de su Historia.
-Emilio Zebadúa

El camino de la democracia en el México Actual

-Victor M. Martínez Bullé-Goyri

miércoles, 19 de noviembre de 2014

¿Quién es el Señor Peña?

Es un señor que encabeza el Gobierno Mexicano pero desconoce el salario mínimo del país. Es un hombre que cree que el precio de la tortilla sólo le incumbe a ‘la señora de la casa’. Es el representante de México ante el mundo, hablando sin pena un inglés preescolar. Es un disque-escritor publicado que balbuceó casi cinco minutos sin poder nombrar tres libros y sus autores. Es un hombre que no pudo decir de qué murió su primera esposa —a la cual le fue infiel, teniendo dos hijos con dos diferentes mujeres fuera su matrimonio.

Peña Nieto encabezó la represión en Atenco, donde un niño y un adulto murieron y veintiséis mujeres fueron violadas por los policías. Peña Nieto encabezó la incansable búsqueda de la niña Paulette… que estuvo todos esos días a un lado de su cama. Enrique mandó perforar las pirámides de Teotihuacán para instalar rieles y luces, sin importar los reclamos de los académicos, dañando así el más importante patrimonio histórico de México.

El prestigioso periódico británico The Guardian lanzó un extenso reportaje donde se mostraban los lazos entre Televisa y Peña Nieto, que por medio de compañías subsidiarias o controladas por ejecutivos de Televisa, apoyaban al mexiquense para llegar a la presidencia, mientras orquestaban ataques contra sus rivales. Peña siempre negó su relación especial con la televisora, pero al llegar él a la presidencia, casualmente Televisa fue absuelta de pagar 3 mil millones de pesos que le debía a Hacienda.

El matrimonio de Peña con Televisa no sólo es figurativo; en 2010 el señor Peña se casó con una actriz de Televisa. Al anunciarse la relación de La Gaviota y Peña, esta actriz recibió de Televisa una casa multimillonaria. Poco tiempo después, esta casa se expandió a un terreno adyacente, perteneciente a Grupo Higa, una constructora a la que se le otorgó el proyecto del Acueducto VI, con valor de 47 mil millones de pesos.

El Señor Peña declara que gana 139 mil pesos al mes, pero admitió que posee cuatro casas y cuatro terrenos en Edomex y un departamento en Acapulco. Imaginemos que cada propiedad valga entre 3 y 4 millones de pesos (un precio humilde para los políticos), y se hacen unos 30 millones de pesos. Otorguémosle que la mitad de las propiedades las heredó; aun así debería trabajar unos 11 años con un sueldo de 139 mil pesos, y sabemos que lleva trabajando tres años de Diputado, seis de Gobernador y dos de Presidente. Apenas le alcanzaría, y esto sin contar que ha tenido cinco hijos y la vida diaria cuesta (carros, viajes, comida, colegiaturas). A menos que el Señor Peña esté mórbidamente endeudado, los números no dan.

Sobre la Casa Blanca de Las Lomas, La Gaviota salió a aclarar lo millonaria que es y cómo es que le alcanza para comprar sus propiedades. Hagamos cuentas.

Thalía, Victoria Ruffo o Fernando Colunga, considerados entre los mejor pagados en México, ganan alrededor de 10 millones de pesos por telenovela. La Gaviota lleva sólo 9 telenovelas con papeles importantes. Tendría que no haber gastado casi ni un peso de lo que ganó en las telenovelas para que le alcanzara su casa blanca de 100 millones de pesos. Además, tiene un departamento en Miami y otro en La Herradura. Y tiene tres hijas que comen, viajan y estudian. Los números no dan, y si declara que gana 130 millones de pesos en un año en el que no trabajó, está diciendo que ella, la actriz de “Destilando Amor”, gana lo mismo que estrellas de talla mundial como Kristen Stewart o Sandra Bullock.

Y todo esto es poco comparado con lo que ha robado el tío de Peña Nieto, Arturo Montiel, a quien FORBES considera uno de los diez políticos más corruptos de México. Siendo Gobernador, se le acusó de desviar cientos de millones de pesos, y con ello compró castillos en Francia y propiedades en México. Montiel, al dejar su cargo, designó al Señor Peña como su sucesor en el Estado de México, y éste se ha encargado desde entonces de tapar las huellas y proteger a su tío de la justicia. No debemos olvidar que el gobierno Francés está buscando a Arturo Montiel por delito de secuestro.

Ya entando en el tema familiar, nos han llamado “proles envidiosos” e invitado a no hablar de Ayotzinapa. Son sólo niñas y mal haríamos al condenarlas. Pero ojo, lo que sale de sus bocas es lo que entra por sus oídos, y no deberíamos de dudar que en la casa de Peña Nieto existe un desprecio por los mexicanos que explica su manera de llegar al poder y ejercerlo: como si nosotros estuviéramos para servirles a ellos; como fuéramos humanos de segunda clase.

Ese hombre que usa teleprompter para dar sus discursos; ese hombre que se esconde en el baño mientras los estudiantes protestan; ese hombre que llegó a la presidencia con un guion telenovelero y con votos comprados en Soriana y Monex; ese hombre que con sus casi cincuenta años de edad, no pudo nombrar tres libros (¡Dios!)… él es el Señor Peña, Presidente de la República.


Por Glen V. Zambrano